Había una vez un niñito que se sentía muy enfermo y por las noches, en su camita, veía pasar de nuevo su vida como si hubiese estado caminando por un desierto de arena. Veía que, además de sus huellas, la arena mostraba otro par de huellas más grandes.

Pero un día exclamó: «Jesús, gracias por haber caminado a mi lado, por haberme salvado, ayudado y apoyado siempre. Pero necesito decirte algo: hoy no me siento bien y en el desierto solamente veo un par de huellas. ¿ Por qué te has ido, Jesús ?»

El señor le respondió: «Siempre he caminado a tu lado y nunca te he abandonado. En estos días sólo ves un par de huellas en la arena, hijo mío, pero no son las tuyas. Son las mías, porque estoy llevándote en brazos».

Las huellas en la arena