Cuenta la historia de un rey de la India que poseía uno de los palacios más hermosos y uno de los reinos más bendecidos de todo Oriente. En cierta ocasión, se le acerca uno de sus súbditos y le dice:
—Rey, quisiera conocer la clave para que, a pesar de tener todas estas posesiones y lujo, siga siendo una persona humilde, amorosa y de bendición para los demás. ¿Cómo ha logrado ser humilde en medio de tanto oro?…
—Te lo revelaré si recorres mi palacio para comprender la magnitud de mi riqueza —le dijo el rey—. Pero lleva una vela encendida. Si se apaga, te decapitaré.
El súbdito comenzó su caminata por el palacio recorriendo todo el lugar lleno de belleza y esplendor con la vela en la mano. Al final del paseo, el rey le preguntó:
—¿Qué piensas de mis riquezas?
—No vi nada. Solo me preocupé de que la llama no se apagara — respondió el súbdito.
—Ese es mi secreto —le respondió el rey—. Estoy tan ocupado tratando de avivar mi llama interior, que no me interesan las riquezas externas.
El súbdito «puso» esto en su cuerpo, es decir, «incorporó» la enseñanza. Si el rey le hubiera contado los «cómo» de su humildad y su hombría de bien, es probable que esto hubiera llegado a la mente del súbdito, pero eso no nos asegura que hubiera llegado a su corazón. La Palabra misma lo dice así:
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.
Proverbios 4:23
Escrito por el Pastor Vicente Castillo de Smirna Comunidad de Amor. Fuente: Smirna.com.mx